| Imagínese el Río Bravo como un río cristalino, repleto de peces, serpenteando a lo largo de un hermoso valle boscoso adornado de largas hileras álamos y tupido de sauces. En los pantanos y el río habitan infinidad de aves. Con razón los conquistadores no se dieron prisa y se quedaron a gozar de tanta abundancia natural. En los últimos 400 años, el clima ha cambiado poco: si hoy en día el valle se ve muy distinto, la diferencia se debe principalmente a la actuación de NOSOTROS. Hemos despejado las tierras bajas y rellenado los humedales localizados en el recodo del río, enderezado el curso del río para conservar agua de riego y convertido al Río Bravo en un canal con paredes de cemento a su paso por las zonas urbanas para prevenir su zigzagueo. Hemos construido presas río arriba para almacenar agua y para prevenir inundaciones, sin las cuales los álamos no han podido retoñar. Al intentar "civilizar" el área, hemos destruido mucho de lo que los conquistadores vieron a su llegada. Como sucede siempre en las frágiles regiones desérticas, el problema principal ha sido responder mejor a las necesidades humanas sin destruir en gran parte lo que hace la vida digna de vivirse.
Colaborador: Kodi R. Jeffery, Museo Centennial, Universidad de Texas en El Paso.
El Diario del Desierto es una coproducción del Museo Centennial y KTEP, Radio Nacional Pública en la Universidad de Texas en El Paso.
El Río Bravo en Canutillo, Texas. Esta es una región agrícola donde el río se ha enderezado y limitado. Fotografía tomada el 8 de enero del 2001 por Arthur H. Harris.
El Río Bravo en la boca del Río Verde, extremo sur de Hudspeth Co., Texas. Más allá de la región controlada del Río Bravo, el río todavía enseña el efecto humano, ya que que la vegetación de la orilla consiste en el llamado tamariz o taray (Tamarix sp.), una planta introducida que causa problemas severos en el suroeste de Estados Unidos y el norte de México. Fotografía de Carl S. Lieb, 2 de abril de 1993.
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